
Se dice que la etiqueta se desarrolló en las Cortes y Casas Reales. Se afirma que la etiqueta mas compleja de todas fue la que existía en la Corte de Versailles bajo el Reinado del Rey Sol, Luis XIV. A partir de ahí se extendió a lo largo de los selectos círculos aristocráticos de Europa y de ahí hacia el resto del mundo.
Volviendo hacia atrás en la historia tenemos como antecedente, en la Edad Media, al sistema Feudal, el cual estaba bien diferenciado en cuanto al sistema social. En Gran Bretaña, durante el Siglo XVI, las normas de conducta se vieron afectadas por la aparición de un libro italiano de cortesía. En 1561, Baldassare Castiglione escribe un influyente libro intitulado “El Libro de la Cortesía”.
Durante los siglos XVIII y XIX florece la etiqueta en Gran Bretaña.
Es a partir de mediados del Siglo XX en donde la cortesía no queda solo en manos de las elites de cada país sino que empieza a utilizarse en diferentes medios. Nace así la Etiqueta empresarial, la cual dicta normas mediante las cuales los empresarios deben actuar dentro del mundo de los negocios, manejando correctamente la palabra, los modales y las actitudes.
Como mencionamos anteriormente, la Etiqueta mas profusa fue aquella de la Corte del Rey Sol. En los párrafos subsiguientes, relataremos como era un día normal en la vida de Luis XIV.
La vida en el Palacio no se alteraba a menos que el Soberano hubiese impartido órdenes específicas. A las ocho de la mañana, lo despertaba el primer valet de cámara, quien dormía sobre un asiento apoyado en la balaustrada dorada que rodeaba el lecho real. Ni bien se despertaba, tenían acceso el primer médico y el primer cirujano, seguidos por la vieja institutriz, la cual lo besaba en la mejilla.
El soberano transpiraba mucho durante la noche, razón por la cual las sábanas se cambiaban tres veces al día. Luis XIV amaba la limpieza. Por ello se hacia pasar por el cuerpo un paño con perfume 15 minutos antes de la llegada del gran Chambelán, quien con gran ceremonia corría las cortinas que rodeaban a la cama que los masajistas habían dejado cerradas.
El gran Chambelán ofrecía a su Majestad agua bendita. Este era el signo que indicaba a los cortesanos que tenían el privilegio de la “Grand Entrée”, que podían acercarse al rey para hablarle o pedirle algún favor.
El Gran Chambelán llevaba consigo el libro de oficio del Espíritu Santo para que el rey los recitase. En ese momento todos se retiraban a la estancia contigua. Terminadas las oraciones, el rey se levantaba y se colocaba el vestido y la peluca y llamaba de vuelta a los cortesanos. Coincidía después a todos los que tenían el privilegio de la “Seconde Entrée”, es decir de la entrada a la cámara de los miembros menos importantes. Mientras llegaban, el rey terminaba de vestirse, se colocaba la blanquería personal, las medias, los calzones, las charreteras y los zapatos.
Día por medio, el soberano se afeitaba, mientras conversaba sobre temas de caza o de jardinería con cuantos lo circundaban; mientras observaba el trabajo del barbero en un espejo que un sirviente tenía puesto delante de él. Una vez afeitado, se arrodillaba delante de su cama para decir unas oraciones, mientras todos los cortesanos seguían de pie.
Tomaba, después un pequeño desayuno a base de pan y vino, antes de completar el “Grand Lever”, que se desarrollaba según reglas fijas y severas. Cada prenda de su vestimenta era alcanzada por un miembro privilegiado de la familia, por un oficial de corte o por un sirviente. El primer valet de cámara lo ayudaba a colocarse la manga izquierda. El corbatero le hacia el nudo de la corbata, pero era el maestro del guardarropa quien la colocaba. El “Grand Lever” terminaba cuando el rey tenía en la espalda el Cordon Bleu, se había puesto el saco y le habían traído el sombrero, los guantes, el pañuelo y el bastón de paseo.
Había llegado, entonces, la hora del coloquio con los ministros, con quienes intercambiaba ideas; luego impartía las ordenes de trabajo del día. Luego venía el momento de celebrar la misa en la capilla del palacio. Los fieles asistían dando la espalda al altar. El soberano se encontraba arrodillado sobre un almohadón. Según un observados, la modalidad del rito parecía “subrayar un a serie de subordinaciones, para que los fieles adoren al rey, mientras que solamente el rey adoraba a Dios”. Cada día, luego de la función religiosa seguía una reunión del Consejo, salvo el martes, ya que ese día se lo reservaba para las audiencias privadas; y el viernes que era el día de confesión del soberano. A eso de las dos de la tarde se servía la segunda colación, momento en que el rey llamaba a su favorita y se retiraba a sus apartamentos.
La comida principal del día se servia durante la noche. El de las dos de la tarde era un “petit couvert”. El rey gozaba de un gran apetito, para lo cual aun la colación mas ligera resultaba una comida substanciosa de al menos tres pasos, cada una con platos diferentes. El soberano los consumía solo, circundado por varios sirvientes. El hermano del rey estaba a su lado para alcanzarle la servilleta y, cuando estaba mucho tiempo de pie al lado del rey le pedía permiso para poder sentarse. Así comenzaba una ceremonia en donde el rey ordenaba que trajesen una silla: un cadete se inclinaba esperando un gesto de Luis XIV, éste ordenaba una silla y luego de algunos minutos decía: ...”os ruego, hermano, siéntate...”. Monsieur se inclinaba de vuelta, se sentaba y permanecía así hasta el termino de la comida, cuando se levantaba para agarrar la servilleta que el rey le entregaba. Las mujeres siempre estaban excluidas a excepción de la reina y de Madame de La Mothe, la cual conservaba ese privilegio por ser la institutriz real.
Luego de la comida, el rey jugaba con sus perros y luego se dedicaba a hacer algún ejercicio físico: un paseo por los jardines o una cacería. Los bosques reales estaban llenos de ciervos, jabalíes y zorros. Luis XIV salía de caza con cualquier estado del tiempo, no le hacia caso al frío, al calor ni a la lluvia. Necesitaba respirar aire puro ya que sufría de emicrania, un desorden atribuido al hecho de haber espirado aromas fuertes y persistentes. Por años, cuenta un cortesano, no soportó otro perfume que no sea el del agua de azahar; por lo que aquellos que se le acercaban debían estar atentos a ese detalle.
Cuando Luis XIV paseaba por los jardines los cortesanos podían seguirlo libremente pero con la particularidad de llevar siempre un sombrero en la mano. De tanto en tanto al rey se le ocurría que los cortesanos se pusiesen el sombrero para lo cual decía: ...”señores... su sombrero...”, al decir esto de inmediato todos debían colocárselo y pobre de aquel que lo hacía sin gracia.
Luego del paseo, el rey se dirigía a los baños turcos del apartamento de baños en la planta baja del palacio, luego desarrollaba cualquier trabajo esperando que se haga la horade la comida, el cual se servía alrededor de las diez. Muchas veces el soberano se retrazaba y la familia debia esperarlo a veces hasta las once y media.
La comida la iniciaba con cuatro platos abundantes de sopas diferentes, las cuales eran probadas previamente por los sirvientes –en el caso que estuviesen envenenadas-; una de las sopas era la Colbert, con un huevo crudo flotando. El soberano adoraba los huevos. Después de esto, comia un ave entera sea pollo o perdiz relleno con trufas, un gran plato de ensalada aromatizadas con ajo y dos gruesas fetas de jamón. Esto terminaba con pasteles, conservas de fruta y caramelos. Se comía con los dedos, utilizando solamente el cuchillo dado que los tenedores no habían entrado en uso. Todo esto se acompañaba con un Champagne ligero no espumante, vino que en 1670 el monje benedictino Pierre Perignon, había perfeccionado sustituyendo los tapones de azúcar por otros de madera; o bien con un vino tinto, fuerte y perfumado, muchas veces de la región de Borgogne, el cual se lo aligeraba con agua.
El rey no era muy amigo de comer los alimentos muy calientes; por fortuna de los sirvientes; ya que estos debía atravesar un largo camino desde las cocinas hasta la mesa. Este camino estaba circundado por tres soldados armados. La procesión debía traspasar la Rue de la Surintendance, salir por una rampa de escaleras, caminar por varios corredores, vestíbulos y salones para llegar luego al atrio de la guardia, volver al vestíbulo de las escaleras de mármol y atravesar el salón de la guardia. Todos aquellos que se encontraban en algún momento del paso de la comida debían saludar la comida del rey sacándose el sombrero, inclinándose y murmurando con tono reverente la fórmula: “la carne del rey”.
Luego de la comida comenzaban los entretenimientos; un baile, un concierto o en verano un paseo en góndola por el canal. Casi siempre se hacían juegos de azar. En efecto Versailles se llamaba “il tripot”; el “garito”. Los juegos eran de lo mas simples y contaba mucho mas la fortuna que la habilidad. Las apuestas eran enormes. El rey amaba apostar mucho y muchas veces jugaba al reversi, aunque prefería mas el billar, que se jugaba en la Sala de Diana siempre escoltado por cortesanos que escuchaban la orquesta que tocaba en los grandes apartamentos.
Estos placeres nocturnos estaban bien lejos de ser divertidos, tanto que un cortesano dijo: “cada manifestación está caracterizada por un frió, una reserva, una falta de libertad y de espontaneidad todavía mayor que la típica de la vida general de la gente. Por ello los juegos son poco espontáneos, afectos y formales y cada placer pareciera gobernado por un sentido de constipación”.
He aquí las impresiones de la Duquesa de Orleáns “una invitación del rey es una experiencia verdaderamente insoportable. Se reúnen todos en la sala de billar y ahí se sientan, sin emitir una sola palabra, hasta que el rey no termina su partida. Se levantan para pasar a la sala de música, en donde alguien canta un aria de una vieja opera, la cual todos hemos escuchado cientos de veces. Después se va al baile. Muchos, como yo, no danzan. Están confinados a permanecer inmóviles por cuatro horas sin otra alternativa mas que de oír y ver nada mas que un minué interminable. Luego participan todos en una especie de cuadrilla repitiendo mecánicamente pasos y gestos, una fatiga inútil, después de una jornada fatigosa”
En la mesa de juego, por el contrario no existía ningún reparo. “Los jugadores se mueven como locos” continua la duquesa “ uno grita, otro golpea con los puños la mesa de juego a tal punto de hacer sentir el golpe en toda la sala, otro lanza improperios tan tremendas y blasfemas que hacen rizar los cabellos, pareciera que están todos en decadencia”.
Al finalizar la jornada, el soberano se dirigía a su cámara para efectuar el rito del Grand Coucher, una ceremonia de coreografía tan compleja como el Grand Lever. Una vez que se saco toda la indumentaria. El rey listo para pasar la noche, se inclinaba y quedaba solo con sus sirvientes y los pocos y privilegiados cortesanos reunidos para el Petit Coucher, una breve ceremonia durante la cual la cabeza del soberano se peinaba y cepillada. Tener las velas durante esta ceremonia era uno de los honores mas ambiciosos del cual los cortesanos podían participar, y que muchos suspiraban durante meses para poder ser elegidos.
La vida en Versailles era muy costosa y raramente placentera o confortable. El soberano exigia que cada cortesano estuviese siempre elegantemente vestido y bastaba cualquier acontecimiento; un deceso, un nacimiento o un matrimonio para que ordenase que todo el mundo vistiese ropa nueva, los que para los hombres significaba nuevos sacos de brocato, pantalones recamados, pañuelos de seda para el cuello, zapatos de taco alto y de punta cuadrada, plumas de faisán para el sombrero y también nuevas y complicadas pelucas. Las damas a su vez debían procurarse nuevos vestidos recamados en seda o en brocato, medias y zapatos de satén. Algunos a causa de éstos gastos caían en la ruina y estaban obligados a suplicar al rey o a una de sus amantes, para que les consiga un monto de dinero para saldar sus deudas o el permiso para dejar por un tiempo el Palacio e así retirarse a una lejana propiedad para volver a tener un pasar que les permita estar nuevamente en Versailles.
De su parte, el rey no concedía permiso alguno para que los cortesanos se alejen de Versailles ya que prefería tenerlos bajo control para poder así observar sus humores y comportamientos, para evaluar lo que muchas veces decían: que Versailles mas que un Palacio era una ciudad.
Durante los meses de invierno vivían alrededor de 5.000 personas, por lo cual la vida cotidiana se organizaba con la misma severidad y regularidad que caracterizaba la de un regimiento. Durante el día, cuando toda esta gente se desparramaban por los jardines, los corredores, la corte, cuando los sirvientes tenían que seguir las ordenes de sus patrones, era verdaderamente difícil imaginarse adonde habrían podido pasar la noche. De hecho muchos dormían en el piso. La larga ala que se cerraba sobre el sobre de Le Vau sobre el norte, el ala de los Nobles era una finísima red de cuartos y gabinetes, de corredores y de almacenes. Muchos de los cuartos estaban dotadas de ventanitas que se abrian hacia los corredores, por lo tanto nunca recibían luz ni sol, algunas no tenían ni siquiera una ventana, gélidas en invierno y calientes en verano.
Los departamentos mas confortables estaban ocupados por las familias mas ricas como los Noailles, los cuales tenían a su disposición una serie de apartamentos de se desarrollaban a lo largo de un corredor denominado la Rue des Noailles.
Dada la sobrepoblación que existía en Versailles, el palacio era muy sucio, en los corredores estaban ubicadas las letrinas, por lo que el vaso de noche era un elemento esencial del mobiliario.